No fueron fáciles los primeros años del cristianismo tras la crucifixión de Jesús. Durante cientos de años, las personas que se convirtieron en cristianos fueron perseguidos y ajusticiados por procesar su fe. Tuvieron que vivir escondidos y alejados de una sociedad que no les aceptaba. Las represalias eran especialmente duras en el Imperio Romano, que durante los primeros años no mostraba tolerancia alguna por las pequeñas congregaciones cristianas. Esta dura situación cambió, por suerte para los cristianos, en el año 311 d.c. con el Edicto de Tolerancia Nicomedia.
Fue el emperador Galerio el encargado de proclamar este Edicto, que sirvió para poner fin a las medidas represivas contra el cristianismo que impuso años antes el emperador Dioclesiano. El Edicto de Tolerancia Nicomedia mejoró de forma considerable la situación de todos los cristianos en el Imperio Romano. En él se concedía la indulgencia a los cristianos y se les reconocía su existencia legal y libertad para celebrar reuniones y construir templos para su Dios. De esta forma, la persecución de los mismos terminó.
Dos años más tarde, en el 313 d.c., se proclamó el Edicto de Milán, firmado por Constantino I y Licinio. En este nuevo Edicto se estableció de forma definitiva la libertad de religión en el Imperio Romano. Gracias a este Edicto, además del reconocimiento del cristianismo, comenzó la gran expansión de la Iglesia católica.
Constantino I, además de ser uno de los grandes responsables de la liberación del cristianismo en el Imperio Romano, también desempeñó un papel fundamental en el establecimiento de las bases de la religión católica. Fue este mismo emperador el encargado de convocar el Concilio de Nicea I en el año 325. El objetivo de este Concilio, el primero de la historia de la Iglesia católica, era arreglar las principales cuestiones cristológicas como: La naturaleza del Hijo de Dios y su relación con Dios Padre, la construcción de la primera parte del símbolo niceno, la promulgación del primer derecho canónico y el establecimiento de una fecha uniforme para la celebración de la Pascua.
Fue este último punto, el de la fecha para la Pascua, el que más controversia generó en el Concilio. De hecho, tras más de dos meses de discusiones y debates, no se llegó a ningún acuerdo final. El Concilio consiguió resolver varias cuestiones de importancia para el cristianismo, pero no establecieron la fecha de la celebración de la Pascua. No fue hasta el año 525, doscientos años después del Concilio de Nicea I, cuando se consiguió establecer una fecha definitiva.
Tras varios años de disputas entre la Iglesia Alejandrina y la Iglesia Romana, fue el matemático Dionisio el Exiguo el que se encargó de diseñar el calendario cristiano. En dicho calendario se estableció que la Pascua se celebraría siempre el primer domingo de la primera luna llena de la primavera. De esta forma, la Semana Santa siempre se celebrará entre el 22 de marzo y el 25 de abril, dependiendo la fecha exacta del calendario lunar. El establecimiento de esta medida tiene ya casi 1.500 años y aún sigue vigente en nuestros días.
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